Ritual nocturno (I)

A la luz de una insignificante bombilla ajada por el tiempo nos reunimos en un ático no tan insignificante a gastar la noche entre conversaciones mis siempre queridos amigos. Entre cajas de comida llenas de la más exótica comida que encontramos en los folletos de comida a domicilio y entre el único lujo (además de las vistas del ático de un buen amigo) una botella de algún buen alcohol siempre sin mezclar que nos cuesta más que toda la comida, consumimos entre risas y discusiones las noches no tan cálidas del verano español septentrional.

Somos siempre nosotros, los mismos desde hace tantos años. «No se permiten las faltas sin justificación expresa» reza el código de honor no escrito entre nosotros. El mismo que permite de buena gana invitados, a los que poner la palabra intruso no sería más que un gran embuste. Los visitantes son como la amante que proporciona placer, pasión y risas unas cuantas noches, son ese descubrimiento de un cuerpo desconocido que despierta al alma, son el resplandor intenso de una estrella moribunda. Sin embargo los amigos, los de siempre, son como ese matrimonio que caído en la rutina de conocerse hasta el más secreto rincón del alma, no se cansan de encontrarse, de amarse, de descubrirse juntos, como el elefante que regresa a donde nació.

Este código tan nuestro, sin ninguna lógica ni razón impera unos encuentros en los que nadie osa romper esta carta magna. Esta ley solo permite hombres en la noche (nada se dice del día), desde siempre y para siempre por una razón extrañamente metafísica. Juro que no es machismo, ni falta de buenas amigas, ni miedo a sus bellezas. Es «sin demasiada lógica ni razón» una especie de rito ancestral con la noche, una comunión tribal entre la oscuridad y el hombre. Las mujeres aún así están tan presentes en nosotros, en nuestras palabras, como el bello tiritar de las estrellas en la bóveda celeste que todo inunda; urdiendo desde lejos nuestras conversaciones, cada uno con nuestra luna, cada cual con nuestra estrella polar para guiarnos y una fugaz para alegrarnos la imaginación.