Ayer soñé. Sueño todos los días, pero ayer lo hice despierto otra vez. Como tantas y tantas veces, sueño tanto despierto como dormido.
Me siento en el silencio y lo perturban gritándome que haga algo. ¿Acaso hay un cometido mayor que el de soñar? Soñar es construir un mundo esntero cual Dios en el mismo momento que cierras los ojos; viajas más rápido que cualquier máquina inventada por el hombre a lugares idílicos, algunos todavía sin inventar; vivir tantas vidas como mil gatos juntos; crear momentos tan cargados de recuerdos como de esperanzas; tener lo que la realidad te quita y revivir lo que te dio; crear universos en los que la palabra utopía haya sido ascendida en el diccionario a sinónimo de realidad; cambiar todo lo que odio en un instante, perpetuar todo lo que amo por la eternidad; inmortalizar la primavera de un mayo florido; tenerte otra vez entre mis brazos, desnuda, oyéndote suspirar al oído, mirándote esos ojos de avellana oscura…
Sin embargo, no está todo. Me falta la brisa de la Libertad y me faltan tus tiernas caricias y tu dulce olor a manzana madura y la piel no se me eriza con tu mordisco en la oreja y no sabe a nada esa piel que tenía gusto de miel… Esta debe ser la perversa trampa que algún iracundo Dios fabricó para obligarnos a abrir los ojos, huir de la perfección, y que paremos de soñar para buscar ese sabor a miel y olor a manzana, en las más tempranas mañanas cuando el sol se resiste a irrumpir en la noche y mi mente te busca a ti.